Thursday, August 14, 2014

The misery taste of the blissfully waiting

Nothing cheers you up in so many ways as you finding out that you're going to be a mom. It never comes at the perfect moment, and you never feel prepared, either. But the joy of knowing that someone so tiny is beating inside you, makes you forget about everything else. 

I say sometimes, since this "blissfully waiting" is usually more miserable than you think. Morning and evening nausea become part of your daily routine. Exhaustion and dizziness are all like typical drug side effects. Some women (including myself) pass this time better than others, but we all have to pass it. Oh, and don't forget the tremendous headaches or constant heartburn. 

Anyway, all of this is a small price to pay for what you get in return that once passed, we remember them with some affection (are we, women, masochistic?). Who hasn't met a mother who says "ayyy yeah, I remember, it was a bad time, but it's not a big deal…time goes by so fast! And it worth it!" 

And yes, it's true. Children are wonderful gifts that life give us; they are also an immense joy that drive us to go on and improve ourselves as people. But dear, let's be honest! The only bliss part of the "blissfully waiting", is the idea of ​​a future reward. 

We are comforted to know that these 9 months prepare us for the best time of our lives. Something we don't know yet, but everyone insists on asserting: that is the best thing to happen to us. And no matter how many tips we receive, or how many stories we hear. Inevitably we're going to forget them, just to remind them when it is too late. Meanwhile, to feel his kicks, to listen to his little tiny heart and watch it moving as a tadpole within us will become the main activity in our lives. We will be accompanied 24 hours a day, there'll be no rests, nor holidays. The pain, fatigue and anxiety will also be shared with this little one that we haven't meet yet, but someone who we already love more than our own lives. We will be afraid, but we never feel alone anymore. We'll endure a lot of pain (we have no other chance, though!) But one small kick, a simple little kick it'll be enough to remind us that there is life growing inside us, that there is magic in the whole process of growth, and once again all our sorrows will be diluted in the adrenaline of the close meeting. 

The sleepless nights we spent (it's a lie that pregnant women sleep well, especially in the last months!), the times that we have to stop to take a breathe and the moments that we insult in languages ​​we ever known, they will simply transform in the victory of the awaited meeting. The day of the appointment with our baby will be the day when all this misery is transformed to give us the most beautiful gift and of course, a new misery to be part of this new odyssey ... or did you think that evil was passing? 

Life itself is full of challenges, all with sweet and bitter tastes; is on us to find the balance. Being a mother is the greatest challenge of all. You'll never feel so afraid and so peaceful at the same time. You'll feel like you don't know anything, but at the same time you know everything. You'll never doubt so much in your ability to tolerate and persevere and never end to surprise you on your ability to fight. Because mothers, in spite of everything, are mothers and nothing can take such a beautiful definition of person from us.

No matter how misery the wait. Don't despair. It'll pass and end, only to give you the greatest love you'll ever know. Ever.

Tuesday, August 12, 2014

Y un buen día llegaste a mi vida, casi sin avisar!!!

Desde que supe que estaba embarazada, comencé a imaginarme el gran encuentro con mi bebé. Pensé que podría controlar el dolor como tantas veces lo había hecho en otras ocasiones con dolores que, según me habían dicho, se asimilaban a los tan temidos dolores de parto. Entonces estaba confiada, pensaba que, de alguna manera, iba a poder manejarlo. Hice mis ejercicios de pilates, salí a caminar, comí sano; en fin, hice todo lo que "tenía que hacer" para llegar perfecta a la cita a ciegas con mi retoño.

Para mi alegría, hasta entonces todo venía perfecto: el peso de mi bebé, su ubicación, incluso mi propio peso era el ideal! Tan sólo faltaba que llegase el día y vivir el encuentro tan deseado de la manera en que tantas veces me lo había imaginado: pujando, dando vida a mi hija, trayéndola a este mundo con mis propias fuerzas, regalándole su primer aliento luego de una dulce palmadita en la espalda. Sí, esa era mi película. Y yo era feliz creyendo que iba a ser así. Todos los días le hablaba a mi princesa y le decía "vos no te preocupes, mi bodoquita, todo va a salir bien. Mamá va a hacer todo el trabajo duro, vos sólo ubicate bien que yo me encargo del resto. Y nos veremos en menos de lo que puedas imaginarte". Luego acariciaba mi vientre, recibiendo a veces una patadita cómplice, cargada de la tranquilidad que sólo una mamá puede transmitir con el sonido de su voz.

Y llegó el día, como todo llega alguna vez en la vida. Llegaron los dolores (por Dios, qué dolores!) y llegó el miedo, el terror al proceso que acababa de desencadenarse y que ya no podría frenar, mucho menos manejar como hubiese pretendido.

Yo sabía (no sé cómo) que algo andaba mal. Los dolores no iban en aumento, estaban localizados en la zona de mi riñón derecho. Era como si alguien me hubiera metido un cuchillo afilado, de esos que usas los cocineros para picar, o los que vemos en las películas de suspenso como arma letal. Y sentía como si ese alguien giraba el cuchillo dentro de mi cuerpo, sin parar. Es la descripción más gráfica que puedo realizar del dolor que sentí entonces. Pero por qué no avanzaba el dolor? Por qué estaba localizado ahí y podía contenerlo con calor y acostándome de lado? Algo estaba mal, lo presentía.

Cosas de la vida, no era un cuchillo de cocina y nadie me estaba torturando. Era mi bebé, tratando de hacer lo que yo le había pedido: colocarse en el canal de parto. Pero tamaño el de ella y tamaño el mío, no pudieron ponerse de acuerdo y mi princesa no pudo encajarse aunque lo intentó, tratando de cumplir mis deseos. 

La cesárea de urgencia fue el cierre a un proceso tan bello que me dejo muy triste. Mientras me preparaban para cirugía, las lágrimas corrían una maratón sobre mis mejillas. Sentía la derrota de no haber hecho mi parte, la que justamente le había prometido a mi hija.

Yo estaba devastada, cansada por tanto dolor, agotada. Necesitaba dormir un rato, pero había llegado el momento de nuestro encuentro!!! Y yo no estaba lista! 

Cuando por fin la ví, cuando por fin su carita rozó la mía y el llanto improvisado cesó unos segundos al encontrarse nuestros olores, tan cercanos y tan conocidos, supimos las dos que el viaje había terminado y a la vez había comenzado, y que ya no había vuelta atrás ni tiempo para estar triste. Ese amor tan ideal y tan perfecto, tan electrizante y pleno había invadido la sala de operaciones y, aunque aún me sentía en estado de shock, fue inevitable regalarle mis primeras lágrimas de felicidad, aunque más hubiera querido abrazarla en ese mismo instante. Imposible, entre tantos cables y agujas. El desgarrador grito que pegó después quedó retumbando en las paredes, mientras se alejaba a upa de un papá que no podía salir del asombro y de la alegría, todo ello encerrado en una mirada tan cargada de emociones y una sonrisa tan amplia y tan satisfecha.

Y ahí quedé, esperando a que me cerraran ese capítulo de mi vida, tratando de entender que finalmente había llegado el momento de ejercer esa palabra tan linda que hoy me identifica: mamá.

La esperé en silencio en la habitación, con un dejo de tristeza, de culpa y de alegría. Todo junto, revuelto entre mis venas, enjuagándose en mis lagrimales. Pero llegó ella y me olvidé de todo. Nos reconocimos inmediatamente y nos unimos en el abrazo más lindo de todos. Ella se aferró a mí y no hizo falta ninguna instrucción. Ambas supimos cómo hacerlo y nos quedamos en silencio, disfrutando el proceso de la lactancia por primera vez. Fue maravilloso.

Es hasta el día de hoy que hubiera querido que las cosas fuesen distintas. Pero trato de no culparme más. Trato de enfocarme en ser la mejor mamá para mi hija, de darle todo, que no le falte nada. Que le sobren besos para más tarde, que tenga abrazos para regalar y sonrisas para compartir. Y que las lágrimas se sequen rápido, en el regazo de mamá.

Y acá estamos, a 13 meses de esa noche mágica donde casual y paradójicamente en Argentina se celebraba el día de la independencia. Capacidad de elegir, capacidad de actuar con libertad...Yo no pude elegir cómo traerla al mundo, tampoco fui libre de hacerlo, pero si fui libre y la elegí desde antes de saber que estaba en mí. La busqué con el corazón y la encontré. Y esa es Mi princesa: pedacito de mi ser que encierra toda la felicidad que hoy me envuelve y que jamás pensé que podría experimentar. Un amor tan profundo, tan prendido por dentro, tan mágico, tan ideal, tan puro. Un amor que simplemente, no se puede comparar.

Monday, August 4, 2014

El sabor amargo de la dulce espera

Pocas noticias pueden alegrarte tanto la vida como enterarte de que vas a ser mamá. Nunca va a ser el mejor momento para serlo, ni tampoco vas a sentirte preparada. Pero la alegría de saber que hay alguien que late dentro tuyo, logra que por momentos olvides todo lo demás.

Y digo por momentos, puesto que la dulce espera suele ser más amarga de lo que uno se imagina. Náuseas matutinas y vespertinas pasan a formar parte de tu rutina diaria. Cansancio extremo, mareos y toda clase de síntomas típicos que se desarrollan cual contraindicación médica. Algunas mujeres (entre las que me encuentro) la pasamos mejor, pero todas tenemos que pasarla. Ni qué decir de los tremendos dolores de cabeza o la acidez constante.

En fin, todas estas resultan ser pequeñas amarguras que una vez superadas, las recordamos hasta con cierto cariño (seremos masoquistas las mujeres?). Quién no se topó alguna vez con una madre que te dice "ayyy sí, me acuerdo, la pasé mal, pero no es para tanto... pasa tan rápido! Y vale la pena!"

Y sí, es cierto. Los hijos son regalos maravillosos de la vida, son inmensas alegrías que nos impulsan a seguir y nos mejoran como personas. Pero queridas, seamos honestas! La dulce espera, lo único que tiene de dulce son los antojos y la idea de una futura recompensa. 

Nos reconforta saber que son 9 meses de preparación para la mejor época de nuestras vidas. Algo que no conocemos, pero que todo el mundo se empecina en afirmar: que es lo mejor que nos puede pasar. Y no importa cuántos consejos recibamos, o cuántas historias escuchemos. Indefectiblemente las olvidaremos, solamente para recordarlas cuando ya sea demasiado tarde.  Mientras tanto, sentir sus pataditas, escuchar su corazoncito y verlo moverse como renacuajo dentro nuestro pasará a ser la principal actividad en nuestras vidas. Estaremos acompañadas 24 horas al día, sin descanso, sin feriados, sin piquetes. Los dolores, el cansancio y la ansiedad serán también compartidas con ese pequeño ser que no conocemos, pero al que ya amamos más que a nuestra propia vida. Tendremos mucho miedo, pero no nos sentiremos nunca más solas. Soportaremos muchos dolores (es que, además, no nos queda otra!) pero bastará una patadita, una simple patadita que nos recuerde que hay vida creciendo en nuestro interior, que hay magia en todo ese proceso de crecimiento, para que una vez más todos nuestros pesares se diluyan en la adrenalina del cercano encuentro.

Las noches que pasamos sin dormir (es mentira que las embarazadas duermen bien, sobre todo al final del embarazo!), las veces que nos tenemos que detener para poder respirar, los momentos que insultamos en idiomas que jamás llegamos a conocer, simplemente se transformarán en la victoria del encuentro tan esperado. El día de la cita con nuestro bebé será el día en que toda esta amargura se transformará para dar paso al regalo más hermoso y por supuesto, a nuevas amarguras que serán parte de esta nueva odisea...o pensaste que lo malo era pasajero?

La vida misma está llena de desafíos, todos ellos con sabores dulces y amargos; está en nosotros encontrar el balance. Ser mamá es el desafío más grande de todos. Nunca vas a sentir tanto miedo y tanta paz al mismo tiempo. Vas a sentir que no sabés nada, pero que a la vez sabés todo. Nunca vas a dudar tanto de tu capacidad de tolerancia y nunca vas a terminar de sorprenderte de tu capacidad de lucha. Porque las madres, antes que nada, somos madres y nada ni nadie nos puede quitar tan hermosa definición de persona. 

No importa cuán amarga sea tu espera. No desesperes. Pasa y se termina, para dar lugar al amor más grande que podrás conocer jamás.