Thursday, July 24, 2014

Mi final feliz

Y vivieron felices para siempre. Ese es el recuerdo que tengo como moraleja de todos los cuentos de mi niñez.
Que si era una buena niña durante el año, "Papá Noel" me recompensaría y me traería un merecido regalo.
Que de grande podía ser lo que yo quisiera, que uno tiene que hacer lo que le gusta.

Pero un día crecí y me di un fuerte golpe contra la pared de mis prejuicios y creencias. Me sentí mal, me sentí sola. No tenía las herramientas para revocar nada. Tenía que ponerme a estudiar de cero. 

Alguna vez me enamoré, me empeciné en creer que ése era mi final feliz y soporté cosas que no debería haber soportado. Hice cosas que no debí haber hecho tampoco. Agonizante y moribundo, llegó mi final feliz: la soledad de encontrarme conmigo misma y rehacer los pedacitos de mi ser otra vez.

Tomó su tiempo. Tomó lágrimas, mucho dolor, muchos nuevos errores. Pero volví a ser yo, con conocimientos nuevos y ganas de volver a intentar, esa sensación de supervivencia y superación innata que (casi) todos llevamos dentro.

Me volví a enamorar, esta vez de una manera tan distinta. Sin caprichos ni cuestionamientos. Sin celos infundados y sin requerimientos despóticos sobre las actividades del otro. Eramos dos personas que nos elegíamos para compartir la vida de una manera sensacional. Todo parecía encastrar; una vez más caí en el facilismo de creer que había encontrado mi "final feliz". Pero ese final recién comenzaba...y sería eterno, o no, según qué quisiera yo, según qué quisiera él. Estaba ante un final continuado, que no dependía solamente de mí. Y eso me asustaba un poco. Pero acá estoy, viviendo mi final feliz todos los días; a veces con lágrimas, a veces con enojo, a veces en silencio. Porque la felicidad, como todo, había sido que también tiene sus altibajos. Y pasan. Como la vida misma.

Así también, de niña trataba sobremanera de ser buena. Desarrollé un "súper yo" bastante hermético y totalitario. Nada de colores, todo era blanco o negro. Cada error era una frustración imposible de reparar. Nadie parecía notar mi esfuerzo por ser mejor. "Papá Noel" nunca me traía lo que le pedía. Tampoco nunca lo cuestionaba. Algo seguramente había hecho mal. La culpa era un traje demasiado bordado, pesado para llevarlo todos los días. 

Me quedaba la idea de ser lo que yo quisiera. El tema es que no sabía qué quería y tampoco tenía un abanico de posibilidades lo suficientemente amplio como para poder decir, a ciencia cierta, que estaba realmente "eligiendo" lo que más me gustaba. Estaba más bien direccionada a carreras ligadas al arte, al derecho, a lo social. Y quisieron convencerme de que era realmente buena para eso, no por el esfuerzo que pudiera dedicarle. Simplemente era buena, yo era buena, muy buena. Y me lo creí...

Nada de lo que hice internalizó en mí mérito alguno, porque era lógico que lo iba a obtener...yo era buena, punto. Los logros que llegaron era sólo una consecuencia lógica de mi persona. No requería esfuerzo, porque yo era buena. El dolor del golpe contra la pared de la realidad, esta vez, fue un dolor que no se me quitó ya más de los huesos. Quedé resentida, y en días de humedad, el dolor me agobia bastante.

Aún así, vivo feliz para siempre. Vivo como puedo, aprendo lo que puedo y trato de explotar al máximo mis cualidades. 

La vida no es justa, soy lo que hago de mí y vivo mi final feliz porque acepto las diferencias de mi compañero, no porque él o yo no las tenga. Somos un engranaje perfecto que rueda hacia adelante, siempre. Pero ello depende de ambos, ya no sólo de mí. Y mientras podamos coexistir de esta manera, el final feliz seguirá presente. El día que no, será el momento de redescubrir el final feliz. 

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